Una crisis generalizada del sistema político
El gobierno de Pedro Sánchez (PSOE) nació en medio de la mayor crisis política desde el final de la Dictadura. El PP – el gran partido de la burguesía española desde hacía 40 años - parecía a punto de hundirse, dejando el país saqueado por la corrupción. La crisis del sistema parlamentario, que en 2016 tuvo el Estado diez meses sin gobierno, continuaba y se agravaba. El PSOE tampoco se recuperaba de la crisis del 2016, cuando los «barones territoriales» forzaron la dimisión de Pedro Sánchez, para tener las manos libres para apoyar a Rajoy. El conflicto de Cataluña, convertido por la política del PP en una masiva ola de rabia contra la propia monarquia, se empantanaba en medio de una represión inusitada y de la crisis interna de la propia burguesía catalana. La judicatura se mostraba como un instrumento directo del gobierno y de la banca. La monarquia y los monarcas estaban más desprestigiados que nunca.
Un gobierno para apuntalar la monarquía
Diez meses después, todo continúa igual o peor. El gobierno de Pedro Sánchez pasará a la historia por no haber servido para nada más que para dar tiempo a la monarquía y al PP para recuperarse. Inútilmente, por cierto. Así, mientras el gobierno se dejaba ridiculizar por la familia de Franco en la batallita del Valle de los Caídos, ni ha levantado las alfombras de la Administración para limpiar la corrupción, ni ha depurado de franquistas confesos las filas del ejército, los cuerpos represivos o la judicatura. Tampoco ha reducido la represión contra Cataluña, ni ha derogado las leyes más reaccionarias del PP, ni ha tomado ninguna medida de peso para aliviar los graves problemas que la clase obrera sufre día a día para sobrevivir. Las reformas laborales, la ley Mordaza y la reforma del Código Penal del PP, la ley de Extranjería, se mantienen. Los privilegios de los bancos y de la iglesia católica han sido religiosamente respetados. Se ha dejado desarrollar la burbuja de precios de la vivienda y la multiplicación de los desahucios de las familias obreras, sin más medidas que un decreto de última hora para recuperar la ley del 2013. Se ha mantenido idéntica toda la política exterior del estado español como leal aliado de los EE. UU., como miembro de la UE y como potencia imperialista de segundo grado (¡Venezuela!). La lista de lo que no se ha hecho es interminable, porque el objetivo del PSOE no era gobernar para los trabajadores, sino entretenerlos mientras le gestionaba la crisis a la burguesía. Nada de nuevo.
La colaboración de todos los aparatos que hablan en nombre de la clase obrera
Todas las patas de apoyo del statu quo que dicen hablar desde la clase obrera o desde la «ciudadanía de abajo» (en palabras de la modernor pequeño-burguesa podemita) se han contaminado inevitablemente de la crisis del sistema de dominación política:
- Las direcciones de CCOO y UGT, que llevan décadas firmando acuerdos de paz social con el gobierno de turno, contemplan como sus sindicatos pierden afiliación de manera continuada, cada vez más separados de la clase, sin vida interior y con graves problemas económicos, a pesar de las grandes cantidades de dinero que absorben del Estado (aunque no tanto como las patronales).
- El PSOE tiene a la actual dirección en la cuerda floja permanente, de la que tiran los «barones» y ex-líderes (González-Guerra) con posiciones imposibles de diferenciar de las del PP, sobre todo en cuanto a nacionalismo españolista y a defensa de los intereses imperialistas de las grandes corporaciones.
- Podemos, en cinco años de existencia, ha pasado del asamblearismo y las palabras radicales de los primeros meses al caidillismo extremo y a postularse permanentemente como socio del PSOE. Un paso tan rápido hacia la socialdemocracia colaboracionista, sin ninguna diferenciación política de la zombi IU, no podía menos que agrietar ese partido, hasta el punto de que vemos diariamente a cargos podemitas formando candidaturas no aprobadas por la dirección. En el conflicto Errejón-Iglesias-IU, que parece un culebrón por capítulos, las diferencias explícitas y de peso son exclusivamente por los lugares en las listas electorales. Y, mientras tanto, la expectativa de votos se reduce desde el 21% del 2016 al 14% de ahora.
- Cabe señalar la casi desaparición del escenario político de la CUP, reducida a comparsa del PdeCAT y ER durante el «procés» e incapaz de sacar balance del engaño y el fiasco.
La lucha de la clase obrera
La clase obrera no ha estado ausente de la lucha de clases durante todos estos años. Una vez pasados los peores momentos de la crisis económica, se hizo evidente que los empresarios se recuperaban pero no así las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores y trabajadoras. Más bien al contrario, la precariedad laboral se ha multiplicado desde la última reforma laboral y los salarios han perdido capacidad adquisitiva de manera continuada. Cada año, la aplicación del pensionazo amenaza con ampliar la pobreza de los jubilados actuales y futuros. La vivienda digna ha pasado a ser un problema central en las grandes ciudades. La sanidad y la enseñanza públicos no se recuperan de los recortes de los años más oscuros. La formación universitaria de los jóvenes de familias obreras es un peso económico inasumible. La persecución y sobreexplotación de las personas migrantes continúa.
Son muchos los frentes y en cada cual de ellos se van desarrollando, con no pocas dificultades, luchas parciales que llegan a tener gran impacto estatal. Es el caso de las limpiadoras de hotel (kellys), de las ocupaciones de tierras de los jornaleros andaluces, del movimiento de pensionistas o de las mujeres trabajadoras, del movimiento contra los desahucios, de las mareas en defensa de la sanidad pública, y de numerosas huelgas obreras. Con una característica casi general: ni los sindicatos obreros mayoritarios ni los partidos que se reclaman de la clase obrera o «de izquierdas» han estado ni en su origen ni al centro de la organización de las luchas. Claro está, acaban subiéndose al carro y asegurándose de que nada tome un camino peligroso para el poder del capital.
En todo caso, lo que todo esto refleja es una cierta pérdida de control de los viejos aparatos sobre la lucha de la clase y una creciente desafección de la clase respecto a ellos. Pero como no hay una alternativa política capaz de ilusionar con una perspectiva de cambio real y definitivo, no se desarrolla ni la organización ni la conciencia de clase. Por el contrario, la desorientación generalizada se presta a ser caldo de cultivo para todo tipo de ideologías que se extienden como una «moda» entre la juventud, como ocurrió en su momento con los «indignados del 15M», y ahora con «el independentismo de izquierdas» en Cataluña, el feminismo burgués punitivista o, como ejemplo de las últimas semanas, el ecologismo de «Fridays for Future».
El crecimiento de la extrema derecha
Las elecciones andaluzas de diciembre de 2018 dieron la primera campanada de alarma. En el feudo histórico del PSOE, VOX sacó casi 400.000 votos, el 11%, y se ha convertido en la clave para un gobierno de mayoría de derechas. VOX nació del PP y se alimenta diariamente de nuevos cuadros de ese partido y de Ciudadanos. Se presenta con la vieja ideología del nacional-catolicismo de la dictadura de Franco, ultraliberal en cuestiones económicas (a la manera de Aznar), misógino y heteropatriarcal, defensor de la «mando dura» contra los migrantes. Es partidario de la «ilegalización de todo tipo de organizaciones que pongan en cuestión la unidad de España» y ha sido aceptado como acusación particular al juicio que se desarrolla al Tribunal Supremo contra los líderes catalanes.
La cuestión es que hace poco más de tres años, en las elecciones generales a las Cortes del 20 de diciembre de 2015, las candidaturas de VOX solo obtuvieron 57.753 votos, el 0,23%, en todo el territorio del Estado Español. Ahora, para el 28 de abril, las encuestas más variadas predicen un porcentaje parecido o superior al de Andalucía, entre el 11 y el 12%, con probabilidad de mayoría absoluta de derechas. ¿Qué ha pasado? Ha pasado que todo está empantanado. Ante la crisis de dominación burguesa no hay una alternativa obrera. Y, en el campo burgués, ni el PP se hunde del todo ni Ciudadanos, creado por el IBEX para sustituirlo, toma el vuelo que se esperaba. Ha pasado que la represión no ha cerrado en absoluto la cuestión de la autodeterminación de Cataluña; que continúan las grandes movilizaciones de masas arrastradas por ese objetivo; que esa situación es un cuestionamiento permanente de la monarquía borbónica.
La burguesía necesita acabar con esta larga crisis política y social. La pequeña burguesía, pauperizada o en peligro de serlo, quiere orden, seguridad y un culpable plausible (p.e. migrantes, catalanes, sindicalistas, rojos, feministas). Incluso algunos sectores obreros son arrastrados por esas consignas. VOX, la extrema derecha, la voz de la católica y franquista «España Una, Grande y Libre», la heredera de «muera la inteligencia y viva la muerte» se presenta como la respuesta a sus necesidades.
Un contexto internacional cada vez más tensionado
Cómo se explica en el siguiente artículo, el crecimiento electoral de la extrema derecha es un fenómeno que está dándose por toda Europa y por todo el mundo. Tiene su origen en las crisis internas de cada país, pero se nutre y multiplica con la agravación de los conflictos entre los países imperialistas (EE. UU.-China-Rusia-Estados de la UE). Estos conflictos refuerzan todas las tendencias nacionalistas interiores y las ideologías que se proponen «unificar la patria» y acabar con la lucha de clases - y las divisiones en el interior de la burguesía - utilizando la bota de hierro del fascismo.
En este contexto, en el que se ha degradado la larga hegemonía económica de los EE.UU., y con signos de acercamiento de una nueva recesión, el gran capital fuerza las situaciones para conservar las tasas de beneficio, tanto en los propios países como en los de «su zona de influencia». Esto encamina a los imperialismos a un «todos contra todos» que se traduce en luchas proteccionistas, en la presión exacerbada contra la clase obrera y en enfrentamientos por el saqueo de los países coloniales o semi-coloniales, como es el caso actual de Venezuela.
A los movimientos del capital le corresponden movimientos de la clase obrera y las masas empobrecidas. Los brotes de insumisión contra las condiciones de vida impuestas por la burguesía se acumulan: en Nicaragua, Francia, en Hungría y recientemente en Haití, Argelia y Sudán. Pero sin una perspectiva de clase, organizada y clara, muy a menudo se agotan sin frutos o, peor, acaban aplastados brutalmente.
Lo que hay que hacer
Frente a esta situación, no hay más salida que luchar para desarrollar la lucha y la organización de la clase obrera para que pueda erigirse en alternativa al mundo putrefacto capitalista. Unificar las luchas contra el enemigo común de clase, preparar la autodefensa en las manifestaciones, fábricas, barrios , centros de estudios, contra los ataques de las bandas fascistas, que menudean cada vez más. En definitiva, hace falta elaborar un programa revolucionario que se centre en el gobierno de los trabajadores para los trabajadores. Hay que crear un partido revolucionario y una internacional revolucionaria que cumplen esa tarea.