Bandas fascistas en el Capitolio: una advertencia a la clase trabajadora

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El 6 de enero de 2021, la invasión del Capitolio en Washington (donde tienen su sede las dos cámaras parlamentarias) por algunos centenares de fascistas que enarbolaban banderas confederadas (esclavistas), con tatuajes neonazis e incluso vistiendo una sudadera con la frase "Camp Auschwitz", ha asombrado a los necios que imaginan que la democracia burguesa, especialmente en Estados Unidos, es un régimen eterno, capaz de contener y resolver todas las contradicciones. Sin entender nada, los políticos del Partido Demócrata, los periodistas de los grandes medios, los universitarios de "ciencias políticas", los dignatarios religiosos, los burócratas sindicales y los dirigentes de los partidos reformistas, o bien imaginan que se han librado de un golpe de Estado fascista, felizmente abortado, o bien se tranquilizan pensando que el intento de impedir la ratificación de la elección de Biden por el Congreso ha sido por instigación de un Trump que se ha vuelto loco y que, destituido o terminados los pocos días restantes de su mandato, todo volverá a la normalidad bajo la presidencia ilustrada y progresista de Biden.

Se equivocan en ambos casos. No se trataba de un verdadero golpe de Estado fascista, encabezado por un partido y un líder decididos a echar abajo el parlamento, pero tampoco nada volverá a la normalidad con Biden. Fascistas lo son sin duda, los antiguos militares habituados a aterrorizar a los civiles en los países dominados, los supremacistas blancos, los fanáticos cristianos que atacan los centros médicos que realizan abortos, los oscurantistas que creen que la Tierra es plana, los xenófobos que piensan que el coronavirus es una creación china, los conspiranoicos que se creen que el Partido Demócrata secuestra niños... Este amasijo de gente traspasó con facilidad un cordón policial misteriosamente inconsistente en esta ocasión, para desfilar vestidos con cuero, cadenas y pieles de animales sobre los pisos encerados del Capitolio y filmar tranquilamente sus hazañas. Los enemigos de América que estas bandas señalan explícitamente en sus pancartas y consignas son una mezcolanza de comunismo, marxismo, agitadores de izquierda, antifascistas, anarquistas, negros, etc.

Para apoyarles y acompañarles había una multitud de militantes del Partido Republicano, generalmente con el nombre de Tramp escrito en la gorra y sin mascarilla, reunidos por el presidente en funciones en un mitin frente al Capitolio: han sido convencidos por Trump, por numerosos dirigentes del Partido Republicano y por las webs conspiranoicas de que se les ha robado la victoria electoral (aunque Biden haya obtenido 81 millones de votos frente a los 74 millones de Trump), rabian porque algunos caciques de su partido, los grandes medios de comunicación, incluida la Fox, y las plataformas de redes sociales han abandonado a su líder. El Tea Party y después el multimillonario corrupto han logrado canalizar el descontento de la base popular del Partido Republicano "contra las élites de Washington" y los inmigrantes, pero hoy, una parte de ellos sólo espera una cosa, que Trump mande a paseo a toda esta gente guapa y decida crear el partido de los verdaderos patriotas americanos. Pero es precisamente este paso el que Trump no ha dado, o no ha dado todavía, el paso a partir del cual se formaría la columna vertebral de un partido fascista, indispensable para preparar un golpe de Estado.

¿Por qué Trump no dio este paso? ¿por qué, por el contrario, pidió a sus partidarios con la boca pequeña que volvieran a casa, condenó la violencia en el Capitolio y aseguró que la transición con Biden se haría de forma ordenada? Porque lo esencial de la burguesía norteamericana, sus propietarios y dirigentes de grupos industriales, comerciales o financieros, así como el estado mayor del ejército y los jefes de los servicios secretos y de la policía federal, descartan apoyar la aventura del fascismo en la situación actual, porque no hay necesidad de ello. El propio Trump pensó que podía conseguir sus fines a través de las elecciones para llevar a cabo una política cada vez más nacionalista y bonapartista.

Las presiones que ejerció sobre los cargos electos republicanos de algunos estados, como Georgia, para que anularan los resultados de las votaciones, así como su llamamiento a manifestarse en el Capitolio, atestiguan más una impotencia febril que la preparación calculada de un golpe de Estado. Ahora, como su impugnación de los resultados ha sido de largo alcance, su fracaso le obliga o a rendirse para evitar como mucho los problemas judiciales o a cruzar el Rubicón y embarcarse en la creación de un partido fascista, ya que tiene poco futuro dentro del Partido Republicano.

Los Frentes Populares, por un lado, y el fascismo, por otro, son los últimos recursos políticos del imperialismo en la lucha contra la revolución proletaria. (Trotsky. Programa de transición. 1938)

Aunque 8 senadores y 139 representantes del Partido Republicano votaron en contra de la nominación de Biden - cuando finalmente tuvo lugar la votación en el Capitolio - la burguesía estadounidense no está obligada a jugar la peligrosa carta del fascismo hoy en día, porque la clase obrera estadounidense sigue estando políticamente subordinada a ambos partidos burgueses. Un indicador de ello es que la principal patronal, la NAM, que apoyó a Trump, pidió a su vicepresidente Pence que destituyera al presidente.

A pesar de las poderosas movilizaciones que han tenido lugar, ya sean huelgas salariales o en defensa del empleo o protestas contra los asesinatos de negros por parte de la policía, la clase obrera estadounidense no ha logrado hasta ahora romper las amarras que ligan su suerte al Partido Demócrata. Quienes aprietan las amarras son los responsables sindicales y los dirigentes políticos de las organizaciones que reniegan del marxismo, traicionan a la clase obrera y desvían su búsqueda de una perspectiva política revolucionaria, haciéndole creer que la presión desde dentro del Partido Demócrata convertirá el agua en vino. La principal corriente socialdemócrata, los DSA (Democratic Socialists of America), dice tener 85.000 miembros, lo que la convierte, incluso a escala estadounidense, en una organización que puede desempeñar un papel objetivo. Pero los reformistas de los DSA y de la Jacobin Review trabajan - como lo que queda del estalinismo (CPUSA, RCP) - para el Partido Demócrata. Después de apoyar a Sanders en las primarias de ese partido, se sumaron a los que apoyaban a Biden. La principal organización que se proclama trotskista, SA (Socialist Altrnativ), también llamó a votar por un partido burgués, el Green Party.

Al no tener un partido revolucionario, ni siquiera un partido obrero de masas, la clase obrera estadounidense está física y políticamente desarmada. Solo puede defenderse realmente y plantear la cuestión de la toma del poder organizándose políticamente por su cuenta, cosa que los reformistas y centristas de todo pelaje que intervienen en su seno se esfuerzan por impedir.

La naturaleza del frente popular es la subordinación de las organizaciones obreras a uno o varios partidos burgueses presentados como progresistas, antifascistas o antiimperialistas, con el objetivo de salvar el estado burgués y contrarrestar un ascenso revolucionario de las masas. En Estados Unidos, los DSA, el CPUSA, el RCP o SA llevan a cabo una especie de frente popular a la inversa: los dirigentes negros de la NAACP o BLM, los dirigentes sindicales de la AFL-CIO o de CtW y los DSA lanzan a la clase obrera a los brazos de un partido de los explotadores que no los protege en absoluto. Todos han canalizado el movimiento contra la policía hacia las ilusiones electorales, todos dan a Biden el colorido necesario para captar sus votos, para presentarse ante la clase trabajadora y la juventud como el que va a satisfacer sus aspiraciones, o al menos algunas de ellas. Lo que, por supuesto, no hará.

La burguesía estadounidense no necesita el fascismo hoy en día porque dispone todavía de la solución Biden para engañar a las masas. Espera que éste pueda devolver la calma y la prosperidad a los negocios. Esta esperanza es vana. Las contradicciones que aquejan al imperialismo norteamericano no se van a resolver con un movimiento de varita mágica, todo lo contrario, porque el imperialismo norteamericano no va a recuperar su indiscutible poder del pasado. Lo que le espera a Biden son tiempos de choques económicos y tensiones globales entre los principales imperialismos, de recuperación económica incierta o amenazada, además de la continuación de la pandemia de coronavirus. Para defender al imperialismo estadounidense, necesariamente tendrá que continuar en el interior los ataques a la clase obrera y en el exterior la política agresiva de Trump contra sus principales competidores, empezando por el imperialismo chino.

Todas las frustraciones nacidas en la población estadounidense por la pérdida de influencia del imperialismo norteamericano y sus consecuencias económicas no desaparecerán, sino que se reforzarán. Por eso, la invasión del Capitolio, si bien no es un golpe de estado abortado, es una advertencia para toda la clase obrera estadounidense y no solo.

El gobierno Biden-Harris a su vez mostrará a la burguesía que no tiene más soluciones que las que tuvo Trump para superar las contradicciones del imperialismo norteamericano. A su vez, decepcionará las ilusiones de la parte de la pequeña burguesía que le ha apoyado: pequeños empresarios, artesanos, agricultores, cuadros medios empresariales...., que sienten la amenaza de la pérdida de su estatus. Como todos sus antecesores demócratas, gobernará a su vez contra la clase obrera. Entonces el fascismo, a condición de que encuentre un líder y tenga un partido, puede llegar a ser mucho más amenazante.

Desde ya, es necesario exigir la ruptura de los sindicatos, de las organizaciones de la clase obrera, de las organizaciones de oprimidos y de los DSA con el Partido Demócrata y el Parido Verde. En las empresas, los barrios populares, las universidades, hay que tomar iniciativas de autoorganización, siguiendo el ejemplo que ha mostrado una fracción del proletariado negro y de los jóvenes de todas las razas en defensa de las manifestaciones contra la violencia policial y de las bandas fascistas. Las milicias obreras deben desarrollarse, extenderse, organizarse en todo el país, para proteger toda huelga y toda protesta popular, apoyándose en los sindicatos y las organizaciones de oprimidos.

Nosotros podemos conseguir la victoria pero necesitamos disponer de una estructura armada con el sostén de las grandes organizaciones de trabajadores. Necesitamos disciplina, trabajadores organizados en el seno de comités de defensa. Si no, seremos aplastados. (Trotsky. Discusión con la dirección del SWP, 7 de julio de 1938)

Esto lo puso en práctica con éxito en 1939 el SWP, la sección americana de la IV Internacional, contra las organizaciones fascistas en Los Ángeles, Minneapolis, Nueva York... Los DSA, el CPUSA, SA, que consideran a los policías como si fueran trabajadores como otros cualquiera, no apoyan la autodefensa contra los fascistas. Del mismo modo, nadie en el movimiento obrero francés defiende hoy esta perspectiva, ni siquiera los proclamados trotskistas de LO, el NPA y el POID... Sin embargo, este es el primer paso práctico del movimiento revolucionario de masas para organizarse y defenderse contra las bandas fascistas y la policía, independientemente de todas las fracciones de la burguesía, de su legalidad, de su aparato de estado, de sus partidos. Es un paso necesario para abrir la vía de una alternativa progresista a la crisis capitalista y al peligro fascista creciente, la vía del gobierno obrero, de la expropiación del gran capital. Los militantes revolucionarios consecuentes, si quieren construir el partido obrero revolucionario que tanta falta hace, deben reagruparse y ser los promotores de esta orientación.

11-1-2021

Groupe Marxiste Internationaliste (GMI-Francia)