La COVID-19 no es una catástrofe natural imprevisible, sino el resultado combinado de la especulación imperialista, de la destrucción de la naturaleza asociada y de la destrucción sistemática de los servicios sanitarios públicos, en beneficio de las corporaciones sanitarias privadas.
En todo el mundo, la "lucha estatal" contra el virus sirve de pretexto para desmantelar las conquistas democráticas históricas de la clase obrera, fortalecer los aparatos estatales represivos y debilitar (bajo coacción o voluntariamente por oportunismo) a las organizaciones obreras.
Como marxistas, nuestras acciones se guían por los principios de la moral comunista incluso durante la pandemia: Somos solidarios, mostramos consideración por nuestros compañeros, cuando podemos ayudamos a los afectados por la crisis en nuestro entorno, tratamos de convencer a otros trabajadores de la necesidad de adoptar medidas preventivas adecuadas (protección bucal, distancia entre personas, higiene...) a través de la educación.
Precisamente estas medidas preventivas son hoy la puerta de entrada para los oscurantistas (tanto seculares como religiosos), los opositores a la vacunación y los anticientíficos reaccionarios, que con historias de miedo paradójicamente disfrazadas de ciencia encuentran una audiencia entre amplios sectores de la población. Igualmente paradójico: los mismos que siempre se han pronunciado a favor de la prohibición de las manifestaciones en las protestas internacionalistas o sociales se presentan ahora como los mayores defensores de la libertad de reunión y actúan generalmente en nombre de la "libertad".
Es necesario separar claramente la necesidad de ciertas medidas preventivas de la forma en que la burguesía y sus gobiernos (aparentemente) las hacen cumplir. Esto, por supuesto, incluye la defensa del derecho de reunión y manifestación, o el derecho a la libertad de expresión.
Solo aparentemente se está aplicando. Dejando de lado el hecho de que se ponen en primera línea las medidas coercitivas y se construyen pretextos para reforzar el derecho de intervención de la policía y el ejército, el primer confinamiento también ha demostrado claramente que la prevención sanitaria se detiene exactamente en la frontera donde las medidas podrían poner en peligro el sistema capitalista en su conjunto. Cuarentena forzosa, toques de queda, restricciones a las visitas... La vida cotidiana privada está encadenada, pero la gente, sin embargo, se escaquea. Incluso durante el confinamiento, las empresas industriales más importantes siguieron produciendo, a menudo haciendo caso omiso de las medidas de seguridad sanitaria; las grandes cadenas comerciales pudieron continuar (con restricciones), a expensas de los asalariados y asalariadas, en su mayoría a tiempo parcial, que a menudo tenían que hacer frente a la carga de tener los niños en edad escolar en casa. Con el trabajo a jornada reducida y los despidos masivos, principalmente las grandes empresas se vieron aliviadas y gracias al teletrabajo generalmente pudieron seguir funcionando. A las palabras del Canciller elogiando a los "héroes y heroínas del trabajo" les siguió el desprecio de los empresarios: No sólo el sindicato se doblegó ya el primer día de las negociaciones del convenio colectivo aceptando un ridículo aumento salarial del 1,5%, sino que luego se anunció generosamente que las empresas podrían pagar "voluntariamente" una prima especial a los esforzados héroes. Los asalariados se ven así degradados a mendigos.
La acción del Estado burgués contra la epidemia ha beneficiado y sigue beneficiando a las corporaciones imperialistas, pero ha privado a parte de la pequeña burguesía de sus medios de vida y empeora las condiciones de vida de los asalariados. Ideológicamente, la clase dominante ha predicado durante décadas una especie de "expertocracia", para presentar como imposible de antemano la abolición de la división social del trabajo, que tendría lugar en una sociedad socialista. Antes de tomar decisiones más o menos importantes, la burguesía siempre se saca de la chistera a expertos, cada uno de los cuales apuntala las posiciones que son importantes para las facciones imperialistas en cuestión: estudios los años cincuenta y sesenta que "demostraban" que fumar no era perjudicial; estudios que alertaban del "pánico medioambiental" y explicaban que el cambio climático se producía de forma natural y mucho más lentamente; eficaces ensayos promocionales sobre la inocuidad de los aditivos alimentarios, etc.
Los negacionistas del coronavirus (ya sea que se llamen a sí mismos "disidentes" [Querdenker], "pensadores imparciales" [Fairdenker] o Trump) citan nombres sonoros de "expertos" para predicar sus patrañas con mayor credibilidad.
Como partidarios del materialismo dialéctico, somos, por supuesto, defensores de la ciencia. La ciencia es más que la suma de muchas "opiniones de expertos". Se trata de conocimientos que pueden obtenerse con métodos científicos, sopesarse con otras posturas igualmente científicas y formar la base de la acción humana consciente. Como dialécticos también sabemos que la naturaleza, la sociedad y el conocimiento sólo pueden desarrollarse a través de las contradicciones. Especialmente en la lucha contra la pandemia de COVID-19, es urgente que se discutan abiertamente las diferentes opiniones científicas y que estas discusiones se comuniquen también al exterior de manera que las personas no científicas interesadas puedan obtener al menos una visión general de estas posiciones.
Los fascistas, los movimientos de la "nueva derecha", los antroposofistas, otros antivacunas, los fundamentalistas religiosos, todos tratan de instrumentalizar para sus propios objetivos el miedo justificado de la masa de población trabajadora a la enfermedad y a la infección. Los métodos de propaganda son diferentes:
- "El coronavirus no existe en absoluto" - las clases dominantes han inventado la pandemia para impulsar sus siniestros planes. Esto suele ir unido a teorías conspirativas ("Bill Gates quiere ponerle chips a la gente", "La industria farmacéutica quiere vacunar a todo el mundo porque gana dinero"), todas ellas con un difuso toque "anticapitalista". Esto no es nuevo, también los nazis usaron consignas pseudo-anticapitalistas contra el "capital depredador" para conseguir atraer a parados y trabajadores, y también al "buen" y "honesto" capital.
- La vacunación es innecesaria: las personas "sanas" desarrollan suficientemente las defensas de su propio cuerpo. Los que no sobreviven son simplemente demasiado débiles. Esta opinión, denominada "darwinismo social", ya era sostenida por los economistas y "científicos" burgueses en el siglo XIX y es un medio muy comprobado para ahorrar en salud y seguridad laboral.
- Las mascarillas no protegen, "nos quieren amordazar". Si aplicamos el criterio de cientificidad (véase más arriba), podemos decir que, a pesar de las evaluaciones científicas divergentes, en cualquier caso las mascarillas proporcionan un mínimo de protección. Además, son una señal visible: una muestra de consideración por los demás. Solo eso ya justifica el uso generalizado de mascarillas faciales.
- "La COVID-19 solo es una gripe un poco más grave". De nuevo, hay pruebas científicas basadas en la evidencia para refutar esto. Lamentablemente, también hay supuestos "izquierdistas", incluso "comunistas revolucionarios" como el RCIT [austríaco], que se suman al sinsentido de la declaración de "Great Barrington" iniciado por un reaccionario think tank estadounidense.
Su "libertad" y la nuestra
Los reaccionarios "amigos de la libertad" siempre llaman en su ayuda a "sus" expertos. Pero si se revisan con criterios de cientificidad, no suele quedar nada. El mero hecho de que alguien sea "médico" (de alguna especialidad médica) no le convierte en experto en COVID-19. ¿O acaso acudirías a un oftalmólogo (que también es médico) para una operación de cadera? Si bien nosotros nos oponemos a las medidas autoritarias del gobierno federal, solo hay aquí una apariencia de acuerdo con los "disidentes" [Querdenkern] que se dedican a arrancar banderas arcoiris sin mascarilla.
De hecho, el entorno anticientífico, esotérico e individualmente "libertario" de los negacionistas de la COVID-19 y de los antimascarilla es el escenario ideal para los neonazis y fascistas que participan activamente en el movimiento, utilizándolo como tribuna y radicalizándolo a su gusto. Históricamente, esto no es sorprendente. Los primeros movimientos reaccionarios, antisemitas y protofascistas en Alemania, antes y después de la Primera Guerra Mundial, estaban en estrecha interacción con corrientes esotéricas como la antroposofía, en la que participaban, entre otros, los antivacunas, que eran bastante tradicionales en la Alemania guillermina. El mito de la raza superior, relacionado con el darwinismo social, se volvió contra la "medicina ortodoxa judía", a la que se oponía una medicina popular sana, porque supuestamente era "aria". Y estos últimos rechazaban las vacunas porque solo los débiles se hacían viables con ellas.
El antisemitismo subliminal o abierto de este ambiente, junto con la movilización masiva de personas descontentas contra las "élites", abrió la puerta a los fascistas de todos tipo. En Alemania y Austria se puede encontrar de todo en el espectro de los antimascarillas: Preppers (los que se preparan para el gran shock, con búnker, lata y fusil de asalto), sectas filo-fascistas de todo tipo (Reichsbürgers, Identitäre, Die Rechte, der III Weg, Kameradschaften, hooligans fascistas), AfD y FPÖ, fascistas religiosos ligados al Opus Dei, miembros de la iglesia libre y evangelistas. Los que marchan bajo la consigna "Somos el pueblo" para defender ferozmente su pequeña libertad individual están claramente abiertos a los que creen que el "pueblo" es capaz de cosas muy diferentes a quemar mascarillas. Cuando en Viena, en los mítines de los negacionistas del coronavirus, de repente se rasga una bandera arcoiris entre frenéticos aplausos, es un tenue reflejo de lo que podría ocurrir más adelante: basta con echar un vistazo a Leipzig. Allí, cuadros nazis bien organizados han conseguido desbordar unidades policiales no tan pequeñas y llevar a cabo su consigna de "calle libre". No, todavía no se dice "calle libre para los batallones pardos"1 [letra del himno de los nazis], aún se dice "calle libre" para el "pueblo" que se manifiesta contra el "amordazamiento" y las "restricciones de la libertad".
Hemos analizado la política del gobierno como una clara gestión de los intereses de la clase dominante, mucho antes de que la crisis del coronavirus comenzara a socavar la propia forma de gobierno de la democracia parlamentaria y a marchar hacia el estado fuerte. Nosotros no defendemos la "libertad" en abstracto, defendemos todas las conquistas democráticas que dan a las masas trabajadoras el margen de maniobra para oponerse a la ofensiva reaccionaria burguesa. Cuando hoy el FPÖ, el señor Raphael Bonelli (psiquiatra, bloguero y católico), los identitarios, las sectas evangélicas y demás oscurantistas predican la "libertad", predican la pequeña "libertad" egoísta que llega exactamente hasta la punta de su propia nariz. Su comprensión de la "libertad" es la de la burguesía y la pequeña burguesía egoístas. "Lo que va en detrimento de mi beneficio, lo que va en detrimento de mi bienestar, coarta mi libertad". Nadie debería olvidar con qué vehemencia los actuales supercontagiadores potenciales han pedido a gritos la prohibición de manifestaciones cuando se trata de acciones antirracistas, antifascistas o sociales. Entonces la "libertad de comercio" de los comerciantes de la Mariahilferstraße estaba en peligro; cuando se trataba del desmantelamiento de las industrias nacionalizadas, contra los despidos masivos - entonces la "libertad" de la economía estaba en peligro a través de los "sueños socialistas". Y ahora se quejan miserablemente de las "restricciones a la libertad".
COVID-19: ¡Es el capitalismo, estúpido!
Hoy hay que decirlo abiertamente: El capitalismo es el mayor obstáculo para luchar contra la pandemia, siendo al mismo tiempo su causa. Sus intereses lucrativos conducen a intervenciones tan masivas en la naturaleza que los hábitats naturales de los animales salvajes se reducen cada vez más y, por lo tanto, las posibilidades de transmisión de enfermedades a los humanos aumentan constantemente. Todas las medidas que toman los estados burgueses (o no toman, como la administración Trump en EEUU) tienen como fin último mantener el sistema social existente. De ahí las medidas caóticas e incoherentes desde el estallido de la pandemia. Mientras haya suficientes trabajadores asalariados para mantener el sector de la producción y la distribución de los bienes producidos, todo va bien. Los capitalistas, sus políticos y sus directivos no tienen que preocuparse por las camas de cuidados intensivos: pueden permitirse una atención médica con la que los trabajadores solo pueden soñar.
Solo una economía conscientemente planificada en interés de los trabajadores y trabajadoras puede organizarse de tal manera que los peligros de una pandemia que se extienda puedan mantenerse lo más bajo posible. Solo una sociedad en la que una pequeña minoría ya no pueda imponer su voluntad a la inmensa mayoría con la policía, el ejército, las bandas paramilitares, las milicias, lo que sea, garantizará la existencia de un sistema sanitario gratuito y de calidad para todos. En esa sociedad las personas podrán resolver los problemas de forma solidaria y consciente y el ser humano será el ser supremo del ser humano.
16-11-2020. GKK (Austria) https://klassenkampf.net/